La señorita M avanzó rápidamente por los fríos pasillos que conducían a la sala de música. Al ingresar saludó a sus alumnos y les solicitó que tomaran asiento.
-Página catorce, por favor, y marca bien los acentos- le señaló a Carlos que reía distraído.
Al finalizar la jornada M salió de la escuela muy agotada, descontó de forma rápida y desinteresada las seis cuadras que la distanciaban de su departamento, Subió las escaleras, abrió la puerta, hizo a un lado cartera y llaves para luego de una ducha, cocinar su especialidad: sopa.
Con preocupación, al sacar los ingredientes del refrigerador, notó que ya no quedaban provisiones para la semana siguiente…
- No debo olvidarlo- se dijo dudosa e intentando convencerse agregó- después de todo es muy importante, es el único ingrediente que no le puede faltar a mis sopas.
Por la mañana, M se arregló con especial atención, ciño su falda verde inglés a sus caderas y dejó suelto su cabello brillante y suave. Se perfumó con aquella fragancia casi ritual y delineó sus labios con especial dedicación.
Decidida y seductora la señorita M avanzó rápidamente por los fríos pasillos que conducían a la sala de música.
Parado junto a la puerta del curso de enfrente, contemplándola deslumbrado, estaba el nuevo profesor de Francés. M sintió que el mundo se detenía, lo saludó con una inclinación de cabeza y le regaló una sonrisa. El profesor sonrío y contestó el saludo con una expresiva mirada gris. La señorita M ingresó a la sala de música con una sensación extrema de felicidad, todo marchaba como lo había previsto, más fácil aún de cómo lo había imaginado, una duda la asaltó y se acomodó en su mirada ausente hasta ser desplazada por el brillo de la determinación.
Mientras los alumnos la contemplaban extrañados M ensimismada pensó:
- El hombre que asesinó a mi padre tenía ojos grises… el hombre que se llevó mi honra y no se casó conmigo tenía ojos grises, el hombre que enamoró a mi madre y la convenció de que me dejara en manos de una abuela cruel y golpeadora tenía ojos grises, el hombre que evaluó mi primer pasantía y me reprobó tenía ojos grises.
Grises, grises!! Los hombres de ojos grises no merecen vivir. Lo único que sirve de ellos son sus ojos… para hacer sopa… y ¡qué ricas sopas! Sí. Para lo único que sirven los hombres de ojos grises es para proveer ojos grises para mis sopas ¡por lo menos sirven para algo!
La señorita M sonrió irónica y enigmática, los alumnos sintieron una sensación vibrante, casi eléctrica. Definitivamente no podía desaprovechar esta oportunidad- se dijo. Debía conseguir provisiones y ya sabía de quien.
Y esta vez la voz de la señorita M se levantó por encima de todas las demás, matizada, brillante, llena de expresividad. Un nuevo desafío la esperaba.
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