Prólogo
No puedo resignarme, no quiero
¿En qué momento empecé a creer
tanto? ¿Cuándo decidí condenar mi vida al dolor de esperar la compañía de aquel
que me amaría, aun a costas de saber que quizás no sería real más que por dos
segundos?
No, no necesito saberlo, lo
cierto es que estoy resignada, se que un día amare y me amarán como sé también que
seguramente lo echaré a perder por mis miedos y mi dolor cautivo, aquel del que
no he podido liberarme jamás, aquel que me apresa y me encadena desde la niñez
¿En qué momento decidí que no
importaba? Claro que importa, mi libertad debería ser una danza gozosa entre la risa y el placer de no ser engañada,
minimizada, desestimada por un imbécil que se cree la hostia.
Definitivamente estoy loca, presa
de traumas espantosos, rodeada de fantasmas espeluznantes con los que hago el
amor todos los días.
Sé que tarde o temprano caeré, y
no quiero, deseo la compañía pero no deseo pagar el precio. ¿Hay hombres
mejores? Acaso existe aquel que me ame y valore hasta el final? No lo creo.
Creo que hay hombres comunes y
corrientes, y que a la larga o a la
corta son todos iguales, todos hacen sufrir todos mienten y ocultan la verdad
en algún momento… ¿A qué entonces? ¿Para qué?
A veces creo que es mi falta de
estima el creer que no encontraré a nadie que me amé lo suficiente, pero últimamente
creo que no lo encuentro porque no existe
Una vez conocí a un hombre, el
hombre ideal, el mejor de todos, el mejor del mundo y el mas allá, mi padre,
pero con mi padre conocí a la mujer más hermosa, más divertida y más sutil de
todas. Una reina en un pedestal de oro y plata. La recuerdo brillante,
sonriente, tímida y alegre. Su mirada reflejaba candidez y expectativa, junto a
unas ganas de devorarse el mundo, beberlo sorbo a sorbo junto a él, el hombre de
sus sueños.
Ella jugaba y reía, y cada tarde
brillaba mas y mas como una estrella, su luz no se apagaba a pesar de la
rutina, su amor crecía con cada luna, ella era quien yo quería ser, ella era
especial, demasiado bella, demasiado niña para ser madre y tan amorosa y
responsable…
Pero un día el hombre ideal la
lastimó, imagino ese episodio como si el hombre fuera un vampiro cazando, se
enamoró del olor de la presa y luego de
poseerla desgarró sus entrañas. Lo imagino extasiado mirando a la presa
arrojada en el suelo dimensionando el crimen, enojado porque no reaccionaba,
indignado por darse cuenta de que a pesar de perfecta era una simple mortal.
El amor que la suave mujer sentía
hizo que mirara con tristeza al vampiro era una tristeza cargada de amor y
reproche, el vampiro lamentó que a pesar de cuidarla años y años, la mujer nunca fuera la misma, siguió siendo
amorosa y dulce, responsable e inteligente pero la luz se fue de sus ojos y el
vampiro no hizo más que reprochárselo una y otra vez.
Algunas veces los ecos de una
suave brillosidad volvían y yo era feliz, esos mínimos instantes de vida
prestada eran un bálsamo para mi ser.
Jamás entendí porque seguía a su
lado, por qué a pesar de conocer su naturaleza lo seguía amando.
Si ella estuviera aquí, si
tuviera el poder de decirle algo que se grabara en su mente y su espíritu le diría:
eres hermosa, te mereces el mundo, un
reinado de perlas y un trono de oro, un séquito a tus pies y miles de docenas
de rosas de cristal, eres bella por fuera, inigualable por dentro, mereces ser
amada por siempre, y para siempre.
Pero sé que ella no está, o si
está ya no es ella.
Quizás después de estas líneas el
lector comprenda, ¡no busco compasión! Demonios,
si creéis eso idos todos a la mierda, solo busco que alguien entienda, y que
por todos los cielos, me dejéis en paz con mis temores y prevenciones. Ya no
deseo escuchar reproches, se que un día amaré, ruego a los dioses, no enamorarme
de un vampiro, y si lo hago… si lo hago … que se apiaden de mí…
Lea , Octubre de 2000
Prólogo de una Novela en proceso de la escritora Clara Francutti